miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ecos de un genocidio



Cómo funciona el rayo láser, el arma más moderna de la marina de EE.UU.
El informe senatorial sobre la tortura confirma que al-Qaeda no está implicada en los atentados del 11 de Septiembre
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Ecos de un genocidio

LUCHA LIBRE
    LUCÍA ESCOBAR

    R
    Han pasado 32 años desde que su pesadilla comenzó. Llegó camuflada y comandada por una elite voraz e insensible. La historia, aunque la he escuchado cien veces, siempre me impacta. Es demasiado triste para olvidarla, demasiado injusta para perdonarla, demasiado salvaje para darle amnistía. Escucho sus voces y mi corazón se entristece. Hablan de padres asesinados, de madres violadas, de hijos desaparecidos, de primos degollados, de tíos torturados. Las voces incluso recuerdan a las gallinas, los chompipes, el caballo, el perro al que le metieron seis balazos.

    Dice una anciana: “¿Qué culpa tenía la milpa? ¿Acaso la milpa hablaba? Toda la machetearon”. Y después de las bombas, la tierra arrasada y las violaciones, llegó la huida. Catorce años pasaron cientos de familias en el frío de la montaña, huyendo del ejército. “Íbamos sin ropa, rota nuestra piedra de moler, comíamos hierbas, ni siquiera sal teníamos”. “Cuando fi nalmente regresamos nuestras tierras ya no eran nuestras, nos quitaron todo y tuvimos que empezar de cero”. “Dios me dejó la vida y tengo dolor en todo el cuerpo.

    Pero estoy viva y soy testigo de la verdad”. Otra señora dice: “no tengo miedo, yo voy a morir, pero antes va a quedar mi historia en los libros”. A pesar de que recordar siempre es doloroso, a las víctimas del genocidio ixil no las pueden callar. Si mil veces repiten el juicio, mil veces los testigos van a contar su historia, porque ellos ya no tienen nada más que perder. Y saben que la paz nunca va a llegar a Guatemala, si antes no llega la justicia.

    >@liberalucha


    Cómo funciona el rayo láser, el arma más moderna de la marina de EE.UU.

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    Instalar el láser en el USS Ponce costó US$40 millones.
    Entre el lanzamiento de "La venganza de los Sith" y la actualmente en cartelera "El despertar de la fuerza", una cosa de la Guerra de las Galaxias que ha dejado de ser ciencia ficción son las armas láser.
    Mucho más barato de disparar que un misil y en el borde de la legalidad (la Convención de Ginebra prohíbe usar armas láser contra humanos), la Armada estadounidense ya cuenta con una operativa en el golfo Pérsico.
    Sólo que, a diferencia de las de Star Wars, el sistema de armas láser LaWS (en inglés) instalado en el USS Ponce no aparece como ráfagas ruidosas de llamaradas lineales de color rojo o verde que vuelan hacia el objetivo como si fueran balas.
    Se trata, por el contrario, de un haz de energía invisible, constante y tan rápido como la luz que además, según el Pentágono, no falla.
    Un rayo láser de estado sólido que concentra la energía en un punto y cuya potencia puede ser modulada e ir desde algo capaz de inutilizar sensores a poder destruir un objetivo.
    La Convención de Ginebra prohíbe usar armas láser contra personas.

    Como videojuego

    Entre septiembre y noviembre, el USS Ponce operó en el golfo Pérsico un láser capaz de generar un haz de 30 kilovatios, seis millones de veces más que un puntero láser de venta legal en EE.UU. de 0,005 vatios.
    En las maniobras de entrenamiento, la tripulación lo usó con éxito para destruir una especie de arma montada sobre una lancha rápida o una aeronave no tripulada (drone), entre otros.
    Los vídeos de la Armada muestran como el objetivo primero se incencia y después vuela por los aires.
    En los vídeos mostrados por el Pentágono, y a diferencia de lo que sucede con un puntero láser, cuando se dispara LaWS no se ve nada. Sólo se aprecia que el objetivo empieza incendiándose y explota después.
    Los marinos aseguraron que el arma funcionó a la perfección incluso en las peores condiciones atmosféricas y con fuertes vientos.
    El Departamento de Defensa explicó que la potencia del láser puede ser escalada desde destellos que deslumbren y sean empleados como "disparos de advertencia", a potencias mayores que inutilicen la amenaza o lleguen a destruir el objetivo en caso de que el operador lo considere necesario.
    En las imágenes hechas públicas, se ve al operario con un mando parecido al de una consola frente a varias pantallas.
    Según afirmó en una comparecencia ante la prensa el contraalmirante Matthew Klunder, jefe de investigación de la Armada, el arma se maneja "de forma muy parecida" a un videojuego.
    "Cualquiera que maneje que una Xbox o PlayStation, será bueno con esto", dijo Klunder.
    Basta una persona para manejar el arma láser.

    Barato

    Países como China o Irán cuentan con drones cada vez más capaces y los estadounidenses requieren una respuesta efectiva tanto militar como financieramente.
    Lanzar un misil puede costar US$2 millones. LaWS parece ser la respuesta. La factura de usarlo aparece reducida a la electricidad que consume y eso debe rondar los US$0,60 cada vez.
    Una vez instalado, el costo adicional de cada disparo es menos de un dólar.
    "A menos de un dólar por disparo, no hay duda sobre el valor que LaWS ofrece", afirmó el contraalmirante Klunder.
    Costó US$40 millones tenerlo listo en el barco, algo que evidentemente sería sensiblemente reducido si se dispusiera su producción en masa.
    Con lo que su costo está lejísimos de los de operar artillería convencional, con la logística que requiere proveer de munición un barco.

    ¿Ilegal?

    Con la potencia de la actual, según el Departamento de Defensa, no se podrían destruir objetivos tan grandes como una fragata, pero podría infligirle daños importantes. En cualquier caso, el Pentágono tiene la intención de desarrollar uno con una potencia de 150 kilovatios.
    Su punto débil, sin embargo, está en que no es efectivo en condiciones atmosféricas extremas, como una tormenta de arena.
    Sus promotores responden no obstante que las amenazas para las que está diseñada tampoco podrían operar en ese caso.
    LaWS promete ser especialmente efectiva contra "drones".
    Además, de que desde que en 1995 se agregó el Protocolo IV a la Convención de Ginebra, es ilegal usar la tecnología láser como arma contra seres humanos.
    En los videos de demostración, se ve cómo LaWS destruye drones y, cuándo ataca embarcaciones, se aprecia cómo unos maniquíes de madera quedan intactos mientras el arma actúa con precisión contra lo que parecen ser unos cañones.
    "No vamos a apuntar el láser a la gente", aseguró Klunder. "Vamos a respetar las convenciones".
    En cualquier caso, al menos en el USS Ponce, el láser ya está operativo. "Si tenemos que defender el barco hoy, lo usaremos para destruir la amenaza".


    El informe senatorial sobre la tortura confirma que al-Qaeda no está implicada en los atentados del 11 de Septiembre

    Los fragmentos del informe de la Comisión senatorial estadounidense sobre el programa secreto de torturas de la CIA revelan los contornos de una organización criminal de gran envergadura. Después de leer cuidadosamente las 525 páginas de ese informe, Thierry Meyssan encuentra en ese documento estadounidense la prueba de lo que él ha venido proclamando desde hace años.
     | DAMASCO (SIRIA)  
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    El 9 de diciembre de 2014, Dianne Feinstein, presidenta de la Comisión del Senado estadounidense a cargo de los servicios de inteligencia, hizo público un fragmento de su informe clasificado sobre el programa secreto de torturas de la CIA [1].

    Presentación del informe

    El fragmento desclasificado sólo representa una doceava parte del informe inicial.
    El informe en sí no trata sobre el vasto sistema de secuestros y encarcelamientos arbitrarios que la US Navy instauró bajo los mandatos del presidente George W Bush Jr., programa que dio lugar a los secuestros de más de 80 000 personas en todo el mundo y al encierro de esos secuestrados en 17 barcos estacionados en aguas internacionales (se trata de los navíos:USS BataanUSS PeleliuUSS AshlandUSNS Stockham,USNS WatsonUSNS WatkinsUSNS SisterUSNS Charlton,USNS PomeroyUSNS Red CloudUSNS SodermanUSNS Dahl,MV PFC William B BaughMV Alex BonnymanMV Franklin J PhillipsMV Louis J Huage Jr.MV James Anderson Jr.). El texto se limita al estudio de 119 casos de personas utilizadas como conejillos de Indias en la realización de experimentos sicológicos en [la base naval estadounidense] de Guantánamo y en unas 50 cárceles secretas, desde el año 2002 y hasta finales de 2009, o sea un año después de la elección del actual presidente Barack Obama.
    Los fragmentos del informe no indican bajo qué criterios fueron seleccionados esos cobayos humanos. Se limitan a indicar que cada prisionero denunciaba al siguiente y también indican que esas confesiones no les fueron arrancadas sino inculcadas. En otras palabras, lo que hizo la CIA fue justificar sus propias decisiones fabricando denuncias que las confirmabana posteriori.
    En el informe inicial, los nombres de los agentes y de los contratistas de la CIA implicados fueron reemplazados por seudónimos. Además, los fragmentos desclasificados han sido ampliamente censurados, fundamentalmente para borrar los nombres de los cómplices extranjeros de la CIA.

    El contenido del informe

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    He leído detenidamente las 525 páginas de fragmentos provenientes del informe. A pesar de ello, estoy aún lejos de haber sacado de esos fragmentos toda la información que puede obtenerse de ellos ya que habrá que realizar numerosas investigaciones para poder interpretar los párrafos mutilados por la censura.
    Las sesiones de condicionamiento se realizaban en unas 50 cárceles secretas bajo la responsabilidad de «Alec Station», la unidad de la CIA a cargo de la búsqueda de Osama Ben Laden. Las infraestructuras, el personal y los transportes funcionaban bajo la responsabilidad del «Grupo de Capitulación y Detención» de la CIA. Las sesiones se concebían y realizaban bajo la supervisión de 2 sicólogos contratados que incluso crearon una firma en 2005. Las autorizaciones para la aplicación de las técnicas de condicionamiento se concedían desde el más alto nivel, sin especificar que el objetivo de esas torturas no era arrancar información a las víctimas sino condicionarlas.
    El vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney; la consejera de Seguridad Nacional Condoleezza Rice; el secretario de Justicia John Ashcroft; el secretario de Defensa Donald Rumsfeld; el secretario de Estado Colin Powell y el director de la CIA George Tenet participaron en reuniones sobre ese tema realizadas en la Casa Blanca. Asistieron a simulaciones en la Casa Blanca y visionaron grabaciones de video de varias sesiones, grabaciones que posteriormente fueron destruidas ilegalmente. Es evidente que el objetivo de aquellas reuniones era implicar a esas personalidades, pero no resulta posible determinar cuáles de ellas sabían para qué se utilizaban esas técnicas.
    Sin embargo, en junio de 2007, el contratista de la CIA que supervisaba aquellos experimentos explicó personalmente a Condoleezza Rice en qué consistían. La consejera de Seguridad Nacional autorizó la continuación de los experimentos, limitándose a reducir la cantidad de torturas autorizadas.
    Los fragmentos publicados del informe contienen un análisis detallado de cómo la CIA mintió a las demás ramas de la administración Bush, a los medios de prensa y al Congreso.
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    James Mitchell y Bruce Jensen, supervisores del programa de condicionamiento de la CIA. En 2012 Mitchell fue designado obispo mormón pero tuvo que dimitir cuando la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días descubrió a qué se dedicaba.

    Los experimentos del profesor Martin Seligman

    Los fragmentos del informe que se han dado a conocer confirman que la CIA realizó experimentos basados en los trabajos del profesor Martin Seligman (teoría de «la impotencia aprendida»). El objetivo de los experimentos no era obtener confesiones ni información sino inculcar a los torturados un discurso o un comportamiento.
    La mayoría de las citaciones que la prensa ha publicado tienden a confundir al público. En efecto, la CIA se refiere a los «métodos de condicionamiento» llamándolos «métodos de interrogatorio no estándares» (non-standard means of interrogation). Sacada de su contexto, esa denominación hace pensar que el término «interrogatorio» designa la búsqueda de información cuando en realidad designa el condicionamiento de las víctimas.
    Todos los nombres de los torturadores fueron censurados en la parte desclasificada del informe. A pesar de ello, es evidente que bajo el seudónimo de “Grayson Swigert” se esconde Bruce Jessen mientras que James Mitchell aparece en el informe como “Hammond Dunbar”.
    Bruce Jessen y James Mitchell supervisaron el programa desde el 12 de abril de 2002. Estaban físicamente presentes en las cárceles secretas. En 2005, formaron juntos una firma comercial, Mitchell, Jessen & Associates, designada en el informe como “Company Y”. Desde el año 2005 y hasta 2010, esa firma recibió pagos ascendentes a 81 millones de dólares. Posteriormente, el US Army [las fuerzas terrestres de Estados Unidos] los empleó para que dirigieran un programa sobre el comportamiento aplicado a 1,1 millones de soldados estadounidenses.
    En mayo de 2003, un «senior officer» de la CIA recurrió al inspector general de la agencia señalando que los trabajos del profesor Seligman se basaban en las torturas que se aplicaban en Vietnam del Norte para obtener «confesiones con fines propagandísticos». Aquel oficial cuestionaba el programa de condicionamiento. Pero su denuncia no tuvo consecuencias. En todo, la denuncia contenía un pequeño error: se refería a Vietnam del Norte. Los trabajos de Seligman, al igual que las prácticas de los norvietnamitas, se basaban en trabajos coreanos.

    Cómo se protegieron los torturadores

    Según la Comisión senatorial, el programa de tortura de la CIA respondía a una orden del presidente George W. Bush emitida el 17 de septiembre de 2001, o sea 6 días después de los atentados contra los Torres Gemelas y el Pentágono. Tenía como único objetivo proporcionar medios extraordinarios para la investigación sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero ese programa se desarrolló de inmediato en violación de varias instrucciones del presidente. Por consiguiente, a partir de la realización de los atentados, la CIA, a espaldas de la Casa Blanca, se esforzó por fabricar falsos testimonios que “demostrarían” la culpabilidad de al-Qaeda.
    El presidente George W. Bush y los miembros del Congreso fueron engañados por la CIA que
    - obtuvo autorizaciones para recurrir a ciertas torturas disimulando el objetivo final de tales procedimientos
    - y presentó falsamente como información obtenida bajo la tortura lo que en realidad eran confesiones inculcadas.
    El 6 de septiembre de 2006, cuando el presidente Bush reconoció la existencia del programa secreto de torturas de la CIA, defendió esa práctica argumentando que había permitido la obtención de información que sirvió para salvar vidas. Bush se basaba en los informes plagados de falsedades proporcionados por la CIA e ignoraba que, en vez de buscar pruebas, la agencia se dedicaba a fabricarlas. A partir de entonces, la prensa atlantista se hundió en la barbarie y comenzó a debatir sobre la justificación de la tortura presentándola como algo malo que permitía lograr algo bueno.
    Los torturadores tuvieron la precaución de dotarse de una cobertura jurídica. Para ello pidieron que el Departamento de Justicia los utilizara a torturar. Pero el Departamento de Justicia se pronunció únicamente sobre la legalidad de los métodos utilizados (aislamiento, encierro en una caja de pequeñas dimensiones, simulacros de enterramientos, uso de insectos, etc.) en vez de pronunciarse sobre el programa en su conjunto. La mayoría de los juristas autorizaban solamente algunas posturas en particular, pasando por alto las consecuencias síquicas que podían acarrear cuando se combinaban unas con otras. En agosto de 2002 ya se habían obtenido todas las autorizaciones.
    Los dirigentes de la CIA que autorizaron esos experimentos especificaron por escrito que había que incinerar los cadáveres si las personas utilizadas como cobayos morían durante el proceso de condicionamiento y que a los sobrevivientes había que mantenerlos encerrados por el resto de sus días.

    Confesiones fabricadas

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    Para que se entienda bien, la Comisión senatorial no dice que las confesiones de los detenidos de la CIA son legalmente incorrectas por haber sido obtenidas bajo la tortura. Lo que expone es que la CIA no interrogó a esos detenidos sino que los condicionó para que declararan sobre situaciones y actos con los que no tenían nada que ver. La Comisión precisa que los agentes de la CIA ni siquiera trataron de informarse sobre lo que los detenidos ya habían declarado o confesado a las autoridades que los habían arrestado. En otras palabras, no sólo la CIA no trató de saber si al-Qaeda estaba implicada o no en los atentados del 11 de septiembre sino que su acción tuvo como único objetivo fabricar testimonios falsos para demostrar falsamente una supuesta implicación de al-Qaeda en los atentados del 11 de septiembre.
    La Comisión senatorial no discute si las confesiones de los cobayos humanos les fueron arrancadas o si les fueron inculcadas. Pero, después de explicar que los supervisores no eran expertos en interrogatorios sino en condicionamiento, detalla ampliamente el hecho que ninguna de esas «confesiones» permitió anticipar nada. Demuestra que la CIA mintió al afirmar que habían permitido impedir otros atentados. La Comisión no escribe que la información sobre al Qaeda proveniente de aquellas confesiones son fabricadas pero señala que todo lo que se podía verificar era falso. De esa manera, la Comisión desmiente explícitamente los argumentos utilizados para justificar la tortura y anula implícitamente los testimonios utilizados para vincular al-Qaeda con los atentados del 11 de septiembre.
    Ese informe confirma, de manera oficial, varias informaciones que nosotros ya habíamos presentado a nuestros lectores y que contradicen e invalidan los trabajos de los tanques pensantes atlantistas, de las universidades y de la prensa desde el 11 de septiembre, tanto en lo tocante a los atentados de 2001 como en lo que concierne a al-Qaeda.
    Como resultado de la publicación de los fragmentos del informe queda demostrado que todos los testimonios citados en el informe de la Comisión Presidencial Investigadora sobre el 11 de Septiembre que vinculan a al-Qaeda con esos atentados son falsos. Ya no existe en este momento el menor indicio que permita atribuir esos atentados a al-Qaeda: no existe ninguna prueba de que las 19 personas acusadas como secuestradores aéreos estuviesen aquel día en ninguno de los 4 aviones y tampoco es cierto ninguno de los testimonios de ex miembros de al-Qaeda que se atribuyen la autoría de los atentados [2].
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    Martin Seligman concibió el programa de condicionamiento de la CIA.

    El informe confirma lo que ya revelamos en 2009

    En octubre de 2009 publiqué un estudio sobre ese tema en la revista rusa Odnako [3]. Afirmaba en ese trabajo que Guantánamo no era un centro de interrogatorio sino de condicionamiento. También cuestionaba personalmente al profesor Seligman. Un año más tarde, luego de la publicación de la traducción de aquel artículo al inglés, sicólogos estadounidenses hicieron campaña exigiendo que Martin Seligman diese explicaciones sobre el asunto. La respuesta de Seligman consistió únicamente en negar su papel como torturador y emprender una acción legal simultánea contra mí y contra la Red Voltaire tanto en Francia como en Líbano, país donde yo residía en aquel momento. Pero finalmente, el profesor Seligman ordenó a sus abogados suspender toda acción legal cuando publicamos una de sus cartas acompañada de una explicación de texto [4]. Martin Seligman emprendió igualmente acciones legales contra todos los que abordaron el tema, como Bryant Weich del Hunffington Post [5].
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    John O. Brennan fue director adjunto de la CIA desde el año 2001 hasta el 2005 y director del Centro Nacional Antiterrorista. Brennan fue el principal artífice del programa secreto de fabricación de confesiones bajo la tortura. En 2009 se convirtió en consejero del presidente Obama para los temas vinculados a la Seguridad de la Patria (Homeland Security). El propio Obama lo nombró director de la CIA en 2013.

    En este momento

    En lo que constituye una muestra de valentía, la senadora Diane Feinsein ha logrado publicar parte de su informe, a pesar de la oposición del actual director de la CIA, John Brennan, quien estuvo a cargo de ese programa de tortura.
    El presidente Barack Obama ha anunciado que no emprenderá acciones legales contra ninguno de los responsables de esos crímenes, mientras que los defensores de los derechos humanos luchan por poner a los torturadores en el banquillo de los acusados, que es lo mínimo que debería hacerse.
    Pero no son esas las preguntas realmente importantes: ¿Por qué cometió la CIA esos crímenes? ¿Por qué inventó la CIA confesiones destinadas a vincular artificialmente a al-Qaeda con los atentados del 11 de septiembre? Y, por lo tanto, si al-Qaeda no tiene nada que ver con los atentados del 11 de septiembre, ¿a quién quiso proteger la CIA?
    Y, para terminar, el programa de la CIA sólo contaba 119 cobayos humanos. ¿Qué pasó entonces con los 80 000 prisioneros de las cárceles secretas de la US Navy?

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